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Tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino que ese honor se lo dio el que le dijo:

«Tú eres mi Hijo,
Yo te he engendrado hoy»,(A)

y que en otro lugar también dice:

«Tú eres sacerdote para siempre,
según el orden de Melquisedec».(B)

Cuando Cristo vivía en este mundo, con gran clamor y lágrimas ofreció ruegos y súplicas al que lo podía librar de la muerte,(C) y fue escuchado por su temor reverente.

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